jueves, 2 de abril de 2009

Promesas en el norte

¿Qué puede empujar a una persona a meterse en el salpicadero de un coche o en el tanque de la gasolina para cruzar la frontera de un país?
Una promesa. El testimonio de aquellos que ya pasaron. Aquellos que no les contaron que estuvieron a punto de morir, que vivían en casas abandonadas, que tenían que huir de la policía, que no tenían trabajo, ni dinero, ni comida... Porque aquellos que ya pasaron todo esto no podían llamar a sus casas y decirles la situación en la que estaban. Eran la salvación de su familia, aquellos también habían ido engañados por otros a un lugar lleno de promesas.

Llegar al paraíso y descubrir que es el infierno. No se puede esperar nada bueno de eso. De ahí el comportamiento de muchos inmigrantes, la rabia, la soledad, la incomprensión, todo ello agitado pero no revuelto, no es una bebida agradable a ningún paladar.

Pero ¿Por qué no volver a casa?
Porque no se lo pueden permitir, el fracaso no es una opción. La mayoría de las veces las familias ponen todas sus esperanzas en el elegido para cambiar su realidad. Tienen muy claro su objetivo, conseguir trabajo, nadie quiere volver he incluso son capaces de tirarse a la Ría de Bilbao para evitar ser detenidos y repatriados.

No quieren ayudas sociales, no quieren estar todo el día sin hacer nada, quieren trabajar, quieren aprender un oficio, ganar dinero y cuando sea necesario volver a su casa. Es lo que necesita nuestro Estado del Bienestar, gente que aporte dinero y que cuando estén en edad de una jubilación vuelvan a su casa.

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