Una de las figuras más amables que la Sagrada Escritura nos presenta es la de Ruth, cuya historia comprende uno de los libros del Viejo Testamento.
Ruth, después de muerto su primer marido, abandona su familia y su patria por unirse a su suegra Noemí, y seguir en la religión del Dios verdadero. Con Noemí viene a habitar en Judea; y para atender a las necesidades de ésta, a cuyo cuidado se ha consagrado, no se desdeña en ir a coger algunas espigas en los campos del rico Booz. Éste, movido por cierta impresión divina, fija su atención en ella al verla ir detrás de los segadores cogiendo, con suma timidez, alguna que otra espiga. Después, con exquisita delicadeza y su voz baja, ordena a los segadores que vayan dejando caer muchas espigas para que Ruth pueda recoger una mies abundante y, por último, la invita a que se ponga entre los segadores y participe de su salario.
No paró en esto la bondad de Booz: la divina Providencia permitió que descubriera en Ruth la que, según las leyes de su país, debía ser su esposa. Se une a ella, y esta bendita unión fue el tronco del linaje del cual salió el rey profeta David, pasadas tres generaciones.
Este tierno episodio, considerándolo solamente en su verdad histórica, nos ofrece el más vivo interés y muy útiles lecciones. Admiramos la religión de Noemí, las virtudes de Ruth, la generosa hospitalidad de Booz y, más que todo esto, la maravillosa conducta de la divina Providencia con todos estos santos personajes.
Estas primeras consideraciones no son bastantes, sin embargo, para satisfacer nuestra piedad, y están muy lejos de agotar la materia de edificación y de instrucción que el autor inspirado nos propone en ellas.
Según la doctrina de Sn Pablo (2 Corintios 10, 11) y la enseñanza común de los Padres de la Iglesia, todo el Antiguo Testamento no es más que la figura del Nuevo, y, por consiguiente, en aquél no hay ni un personaje ni un hecho que no sean un símbolo y una predicción que no se refiera a éste. Bajo este punto de vista, la historia de Ruth, tan encantadora por sí misma, no es más que la brillante corteza de un fruto más precioso, que nosotros debemos recoger.
Booz no es solamente el rico propietario del campo en que Ruth se introdujo a espigar, sino que es también la figura de nuestro divino Salvador Jesucristo, que, en su Evangelio, se compara con frecuencia a un agricultor (Cfr., por ejemplo, Marcos 4 y 12).
Y, de la misma manera, no debemos considerar a Ruth solamente como la joven moabita que abandona su patria para seguir hasta Judea a su suegra Noemí: Ruth representa en primer lugar todo el paganismo abandonando sus falsos dioses y uniéndose a la porción del pueblo judío que había permanecido fiel, para formar con él un solo pueblo y adorar juntamente al verdadero Dios. En segundo lugar, Ruth es la imagen del alma santa, que renuncia a los vanos placeres del mundo para unirse únicamente a Jesucristo.
Siguiendo el mismo orden de ideas, me complazco en preguntarme qué es lo que representa ese campo bendito de Booz adonde Ruth va primero a espigar, donde poco después recoge una mies abundante para Noemí y para ella, y donde por último contrae con el dueño una unión preciosa ante Dios.
Cuando pienso en la humilde apariencia bajo la que se ha dignado ocultarse el Dios de la Eucaristía, cuando recuerdo que en ese Sacramento de amor le llamamos pan de vida, el trigo puro de los elegidos, ya no dudo, y bajo el símbolo del campo de Booz veo el campo divino de la Eucaristía.
Esta maravilla la he encontrado en el antiguo blog de un aspirante a poeta (como él dice), A ver si me pagan. Ahora se le puede leer en Siguen si pagarme, blog de visita obligada.
Ruth, después de muerto su primer marido, abandona su familia y su patria por unirse a su suegra Noemí, y seguir en la religión del Dios verdadero. Con Noemí viene a habitar en Judea; y para atender a las necesidades de ésta, a cuyo cuidado se ha consagrado, no se desdeña en ir a coger algunas espigas en los campos del rico Booz. Éste, movido por cierta impresión divina, fija su atención en ella al verla ir detrás de los segadores cogiendo, con suma timidez, alguna que otra espiga. Después, con exquisita delicadeza y su voz baja, ordena a los segadores que vayan dejando caer muchas espigas para que Ruth pueda recoger una mies abundante y, por último, la invita a que se ponga entre los segadores y participe de su salario.
No paró en esto la bondad de Booz: la divina Providencia permitió que descubriera en Ruth la que, según las leyes de su país, debía ser su esposa. Se une a ella, y esta bendita unión fue el tronco del linaje del cual salió el rey profeta David, pasadas tres generaciones.
Este tierno episodio, considerándolo solamente en su verdad histórica, nos ofrece el más vivo interés y muy útiles lecciones. Admiramos la religión de Noemí, las virtudes de Ruth, la generosa hospitalidad de Booz y, más que todo esto, la maravillosa conducta de la divina Providencia con todos estos santos personajes.
Estas primeras consideraciones no son bastantes, sin embargo, para satisfacer nuestra piedad, y están muy lejos de agotar la materia de edificación y de instrucción que el autor inspirado nos propone en ellas.
Según la doctrina de Sn Pablo (2 Corintios 10, 11) y la enseñanza común de los Padres de la Iglesia, todo el Antiguo Testamento no es más que la figura del Nuevo, y, por consiguiente, en aquél no hay ni un personaje ni un hecho que no sean un símbolo y una predicción que no se refiera a éste. Bajo este punto de vista, la historia de Ruth, tan encantadora por sí misma, no es más que la brillante corteza de un fruto más precioso, que nosotros debemos recoger.
Booz no es solamente el rico propietario del campo en que Ruth se introdujo a espigar, sino que es también la figura de nuestro divino Salvador Jesucristo, que, en su Evangelio, se compara con frecuencia a un agricultor (Cfr., por ejemplo, Marcos 4 y 12).
Y, de la misma manera, no debemos considerar a Ruth solamente como la joven moabita que abandona su patria para seguir hasta Judea a su suegra Noemí: Ruth representa en primer lugar todo el paganismo abandonando sus falsos dioses y uniéndose a la porción del pueblo judío que había permanecido fiel, para formar con él un solo pueblo y adorar juntamente al verdadero Dios. En segundo lugar, Ruth es la imagen del alma santa, que renuncia a los vanos placeres del mundo para unirse únicamente a Jesucristo.
Siguiendo el mismo orden de ideas, me complazco en preguntarme qué es lo que representa ese campo bendito de Booz adonde Ruth va primero a espigar, donde poco después recoge una mies abundante para Noemí y para ella, y donde por último contrae con el dueño una unión preciosa ante Dios.
Cuando pienso en la humilde apariencia bajo la que se ha dignado ocultarse el Dios de la Eucaristía, cuando recuerdo que en ese Sacramento de amor le llamamos pan de vida, el trigo puro de los elegidos, ya no dudo, y bajo el símbolo del campo de Booz veo el campo divino de la Eucaristía.
(Francisco Alejandro Roullet, Moseñor de La Buillerie)
Esta maravilla la he encontrado en el antiguo blog de un aspirante a poeta (como él dice), A ver si me pagan. Ahora se le puede leer en Siguen si pagarme, blog de visita obligada.
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